miércoles, 8 de diciembre de 2010

MADRID. DESTIEMPOS

Regresas en otoño. El frío te pincha la cara.

Roberto Montenegro.

En día de Frío.

Blanco y Negro, núm. 1397, 24 de febrero de 1918.

Museo del dibujo. Colección ABC. Madrid.

Resuenan en tu jaula las palabras del poeta: “Hoy es siempre todavía”.

Ilustración de Lady Desidia.

La Antigua. C/ del Pez, 2. Madrid.

Imaginas que no hay límites para lo efímero, para lo que nos obsesiona aunque no podamos poseerlo.

Imaginas que aquel momento imperceptible en el que te rompieron sus besos encontrará su lugar en el recuerdo, que mucho tiempo después de saciar tu apetito, sobrevivirá.
Imaginas que resistirá el deseo que sentiste, los mordiscos que te horadaron, la repetición obsesiva de aquellas imágenes en la memoria viva que eres.
Agitarás el sobrecito cerrado de momentos sublimes sin fecha de caducidad y lo cortarás con los dientes disolviendo su contenido en palabras, fabricando una novela que te llevará tiempo y sonrisas y algunas lágrimas (siempre supiste canalizar la energía, transformarla).



Una exposición de Arte

Hans-Peter Feldmann

Museo Centro de Arte Reina Sofía. Madrid.

(Fragmentos robados para elaborar la ficha de Daniela y el organigrama de la novela)

Sabes que lo efímero es eterno porque eres escritora, porque puedes exiliarte al “sitio de las personas que no tiene sitio”[1].

Lo sabes desde que entraste en la Casa Encendida y te dejaste enredar por los hilos de Chiharu Shiota y sus palabras sinceras sin sonido.

Cuando tenía nueve años, hubo un incendio en casa de nuestro vecino.

El sonido de la madera que ardía me despertó.

¡Papá! ¡Fuego!.

De repente, vi algo terrible: un piano quemado se erguía en la esquina de la habitación.

El piano había perdido su sonido.

Era más hermoso que antes.

El viento llevó hasta nosotros el olor del fuego apagado.

El humo me había hecho perder la voz.

Siempre llevo ese silencio conmigo.

Cuando intento expresarlo, no encuentro las palabras necesarias.


In Silence
Chiharu Shiota
Exposición On & on.
La Casa Encendida. Madrid.
Lo sabes por el color marchito de la tela de fresas que Claire Morgan ha dispuesto en torno a un grajo muerto.

Enmohecidas, las fresas se deslizan lentamente por el suelo, avanzando por él.

La obra habla del tiempo, de cómo es posible manipular nuestras previsiones sobre él.

Habla de la muerte, del drama y la quietud asociadas a ella.

La muerte real visible en la obra (o la muerte de la obra) llega de forma tranquila, con un silencio, una velocidad y una minuciosidad imperceptibles que todo lo envuelve.



Down Time

Claire Morgan

Exposición On & on.

La Casa Encendida. Madrid.

Lo sabes por la “sombra de lluvia” de Goldsworthy.

Por el rastro visible que su cuerpo dejó en Times Squere esperando el aguacero.

Una sombra seca borrada por la lluvia.

Un gesto mínimo y fugaz -como toda su obra-.

Three New York Rain Shadows

AndyGoldsworthy.

Exposición On & on.

La Casa Encendida. Madrid.

Lo sabes por el baile de pájaros que huye a tu paso y compone una extraña melodía en la instalación diseñada por Céleste Boursier-Mougenot

El objeto fijo, cerrado sobre sí mismo, me aburre.

Quiero que lo que produzco me sorprenda y me cautive porque revele formas de música potenciales.

Cuando pongo hierba en una pajarera no es tanto para que quede bonito como para que los pájaros se entretengan haciendo el nido.

Aviario sónico

Céleste Boursier-Mougenot

Exposición On & on.

La Casa Encendida. Madrid.

Lo sabes porque te entretienen los experimentos de Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger. Figuras coralinas que surgen de una solución acuosa y evolucionan según la situación y el clima. Un fertilizante magenta que pretende ocultar los disparates tecnológicos del siglo XXI como lo hizo la vegetación selvática que cubrió durante siglos Tykal.


El fertilizante artificial se apodera de una conferencia

Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger

Exposición On & on.

La Casa Encendida. Madrid.

Lo sabes porque has paseado la lengua por las paredes de chocolate de Anya Gallaccio. Un barniz de dulzura propio de la caja de bombones que te regaló el chico del jerseys rojo a los quince años.

Allí, en el habitáculo que perfora tus recuerdos, la experiencia visual inmersiva te debilita. Te dan ganas de devorar al desconocido que como tú ha despertado el apetito voraz del deseo. Quieres lamerlo como lames las paredes. Comprobar si es también de chocolate.

En nuestra cultura, prima lo visual, no interactuamos por igual con todos los sentidos.

Sentía curiosidad por crear una obra en la que la parte olfativa fuera más satisfactoria que la visual, por subvertir la idea preconcebida sobre una experiencia escultórica.

Stroke

Anya Gallaccio

Exposición On & on.

La Casa Encendida. Madrid.

Lo sabes porque te derrites y te fundes al calor de las velas que gotean y evolucionan por el suelo, un ciclo eterno de crecimiento y deterioro.

Aspire

Anya Gallaccio

Exposición On & on.
La Casa Encendida. Madrid.
Lo sabes porque se te agolpa la muerte en la garganta y la vomitas espiando los gusanos que se transformarán en escarabajos en la crypte de Michel Blazy, una instalación para representar la transformación última de la materia.

El moho y los micoorganismos del montículo sobre el que reposa una osamenta hecha de huevos y pan se descomponen y apestan.

Es el olor de la muerte que no opone resistencia al tiempo. Al contrario, lo necesita para desarrollarse.

Es el tiempo quien trabaja la obra.

Energías mortíferas

Michel Blazy

Exposición On & on.

La Casa Encendida. Madrid.

Cuando piensas que la muerte podría ser el final paseas por Madrid con los sentidos más despiertos que nunca. La visita a la Casa Encendida los ha desengrasado. Te alegra que existan exposiciones y artistas protagonistas de lo efímero frente a lo duradero (la levedad siempre gana). Te alegra que el proceso desplace a la obra final y que se tomen en cuenta otros factores dentro del acto creativo. Y, sobre todo, te alegra ser tú, espectadora ocasional, quien complete el significado último de las obras.

Te acaricia el sol entre nubes.

El sabor de las castañas asadas se convierte en un festival de otoño.

Hueles la lluvia.

Escuchas los descosidos del viento.


Te cuelas en el Teatro de la Puerta Estrecha en el barrio de Lavapiés y no pierdes detalle.

Te conviertes en una de los quince afortunados que recorren durante hora y media Este sol de la infancia: un viaje iniciático atravesando las puertas y estancias de la pensión de Colliure, un lugar habitado por el tiempo, por el dolor de una madre (Ana Ruiz, la madre del poeta) que nos recibe en su lecho antes de reunirse con su hijo (Antonio Machado) y nos guía hasta Leonor (el gran amor del poeta) que baila sobre la mesa de la cocina como la aparición más hermosa de todas las hermosas que murieron siendo niñas (como la Ofelia shakesperiana que recuerdas a menudo en manos del Millais).


Un carnaval de exiliados y éxodos en un entorno onírico.

Baile de máscaras

Anómimo

Concurso de portadas. Años 20. Blanco y Negro.

Museo del dibujo. Colección ABC. Madrid.

Mutilados que huyen de la Guerra, prostitutas despiojándose la cabezas y los corazones, un barbero que borra identidades, un profesor de Historia sin historia…

Sientes que el tiempo no está en la bibliografía que bebiste sobre estos años, que la Guerra Civil se ha vuelto a escribir en las escenas interpretadas magistralmente por unos actores que no te lo parecen.

Y necesitas, como nunca, que tus alumnos recreen su carnalidad, su precioso vestuario, los delicados encajes de las palabras que te emocionan y aprietas sujetando una cuartilla robada que sobrevoló el último acto:

Ni el pasado ha muerto

Ni está el mañana,

Ni el ayer escrito.

(Antonio Machado murió en Colliure -Francia-, el día 22 de febrero de 1939. A los tres días, falleció su madre. En el bolsillo de su abrigo se encontró un último verso: "Estos días azules y este sol de la infancia").

Otro día o el mismo –has perdido la noción del tiempo- descubres que existe un lugar en Madrid en el que te gustaría vivir a menudo.

La libre

Argumosa, 39. Madrid.

(Cafetería-librería de segunda mano)

Donde disfrutarías escribiendo cómo se conocieron Marcelo y Pandora o en qué momento el artista becado descubrirá su agorafobia.

Te gustaría hacerlo desayunando pan de centeno con aceite y tomate, escuchando Strange Fruit de Billie Holiday y saboreando entre borradores el principio inquietante de “El extranjero” de Albert Camus, el libro amarillo que cayó aquella mañana en tus manos y del que ya no puedes desprenderte.

Hoy a muerto mamá. O quiza ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: “Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.” Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.

http://www.youtube.com/watch?v=h4ZyuULy9zs&feature=related

Claro que sí, Hoy es siempre todavía.


[1] Rafael Caumel

lunes, 13 de septiembre de 2010

CONEXIONES. UN DIARIO DESORDENADO DE PARÍS EN TRES ACTOS

ACTO III

PARÍS, ESA GRANDÍSIMA PUTA.

“Lo que me gusta de ti es lo que descubro en mí cuando estoy contigo”.

Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.

“He visto de verdad París. Aunque haga años que ya no vivo en esa ciudad, tengo siempre la sensación de continuar estando allí”.

Vila Matas. París no se acaba nunca.

“Quien ha tenido la suerte de vivir en ella cuando joven, luego París le acompaña, vaya a donde vaya, todo el resto de su vida”.

Hemingway. París era una fiesta.

“Yo soy el camino”, repetía mientras me alejaba y anunciaban la salida del vuelo de regreso a casa.

Kawamata. Des "huts". Instalación en el Pompidou.

Los primeros días fueron un infierno. Miraba las fotos, contaba los tickets de metro sin gastar, recordaba los paseos por los bulevares.

Incluso empecé a rezarle. Levanté un altar de reliquias y le regalé durante semanas un precioso rosario de salmos, como aquellos mayos de la infancia, en los que dedicábamos una hora al día para decorar la capilla de la Virgen y cantarle con devoción. Más de cien colegialas sonrientes con ramitos de flores blancas ocultando bajo la falda a cuadros y el manto de las tradiciones, Dios sabe qué pensamientos. (Por entonces pedía con insistencia el mismo milagro: la sonrisa de Rubigu, el nombre en “clave” en mi diario del rubioguapo que me robaba el sueño, Fernando. Nunca me miró).

“No hay nada de soberbia en querer beatificar una ciudad, mamá” le dije anoche sosteniendo la carta que pretendía enviarle a su santidad. Ella no lo entendió. “Definitivamente, te has vuelto loca”. Intenté recordarle que el ámbito de la fe rebasa el conocimiento científico y la razón y que si alguna ciudad merecía estar a la altura de Fray Leopoldo de Alpandeire, esa era, sin duda, la mía. Se persignó tres veces, besó la medalla del santo y abandonó el salón rogando por mi alma.

Mamá tiene razón. Mi comportamiento asusta.

Cuentan que Giacometti durante las sesiones de pintura en su estudio le pedía a sus modelos que no dejaran de mirarle a los ojos.

Regarde-moi!

Antes de cada sesión, el taburete del artista y la silla de la modelo eran cuidadosamente posicionados y se mantenían en el mismo sitio durante meses.

“Je ne crée pas pour réaliser de belles peintures ou de belles sculptures. L’art ce n’est qu’un moyen de voir. Quoi que je regarde, tout me dépasse et m’étonne, et je ne sais pas exactamente ce que je vois. C’est trop complexe. Alors, il faut essayer de copier simplement, pour se render un peu compte de ce qu’on voit”.

Giacometti

Yo en el taburete. París en la silla. Mirándonos frente a frente. Así, durante años.

Librería Shakespeare & Company.

Como una grandísima puta. París me ha seducido desnudándose en todas las estaciones, encendiendo luces, reservando para el verano los patios escondidos, los estanques silenciosos. Mojando libros, clavándose en invierno. Dejando poso. Existiendo e insistiendo hasta las reservas.

No es sencillo soportarme en sus calles, en los cementerios, incomodando su “fiesta inmóvil, detenida, en el centro de los siglos” (M. Duras), escudriñando no sé qué tumba o qué niño muerto. Perfilándome los labios en los escaparates de Dior, robando la carta de precios de la Rotonde.

Cementerio de Montparnasse.

Kupka, "Le rouge a lèvres", 1908.

Me gusta su cara de vieja puta desgreñada. Sin espejo y sin colchón. Desahuciada, carcomida. Temblorosa y emocionante. Plagada de contradicciones vetadas en las guías de viaje. Condenada por Eiffel a sostener el bastón de su torre hasta la eternidad.

Hans Bellmer, "La poupé", 1935-36.

Me gusta la ciudad decadente, borracha y hermosa. Sensual.

Matisse, "Lorette à la tasse de café", 1917.

Matisse, "Odalisque à la culotte rouge", 1921.

Montparnasse. Perderme en sus calles, realizar acrobacias en las letrinas para no perder pie y encharcarme. Acabar un café y empezar un vino, coquetear con los camareros, saludar al violinista, discutir con Hemingway.


Matisse, "Le violiniste à la fenêtre", 1918.

Me gustan las floristas de Saint-Michel, dispuestas a inventar nuevas flores para tu florero.

Saint-Germain y las reseñas de libros falsos que nunca encuentras. La librería de la esquina. Los testamentos literarios en un banco del barrio. El trasiego de las porteras. Las versiones modernas de Chanel en las ventanas. Las buhardillas. Los cines. Las colas.


Gabriel Bonheur (Coco Chanel).


Librería Shakespeare & Company.

Los barrios huérfanos de falsos estudiantes. Los artistas del hambre. Las sospechas. El humo enroscado en los ojos. Las heridas de las faldas. Pigalle rouge, elsagradocorazón, el Palais de Tokyo.
Otto Dix, "Journaliste Sylvia Von Harden", 1920.

Ben, "Actions de rues", 1959-1972.

Explanada "Palais de Tokyo".

El alivio del Sena.

Las fiestas del metro.

Dubuffet, "Le métro", 1943.


Boubourg.


El exilio dorado de las palabras.

Lo que aún no existe, lo que está por llegar: "El árbol de los viajes" del Jardín de las Tullerías, la “Tower flower”, el muro de los “Je t’aime”…



“Para una mujer que nunca tiene sosiego, la idea de que su huida vaya a detenerse para siempre es insoportable”

MIlan Kundera. La insoportable levedad del ser.

Quiero volver.